El reciente asesinato de una educadora social en la provincia de Badajoz no deja de reflejar una situación, cuanto menos, cuestionable respecto a la ley del menor y, por extensión, las consecuencias que conlleva la misma para los que delinquen.
Planteemos detalles de lo sucedido para reflexionar en qué se puede mejorar.
Contexto
La noche del pasado domingo, 9 de marzo de 2025, una educadora social, llamada María Belén Cortés fue cruelmente asesinada por un grupo de tres adolescentes de entre 14 y 17 años. Concretamente, fueron dos varones de 14 y 15 años junto con una mujer de 17 los implicados en tan vil situación.
Perfiles de los menores
Dos menores varones, de 14 y 15 años respectivamente, junto con otra menor de 17 años fueron los implicados. Las fuentes policiales plantean una posible participación más activa de los dos primeros y, sobre todo, del de quince años, quien tendría antecedentes policiales cual “vaquilla”, si se me permite la expresión quinquillera. Y es que, tenía múltiples antecedentes penales que denotaban lo que en psicopatología llamamos antisocial pero que, en la práctica es, simplemente, un sociópata.
El otro menor, el de catorce años, procede de una familia desestructurada y, con un padre, presumiblemente desbordado por las dificultades que plantea su hijo y que, incluso, le llega a partir la nariz (el hijo al padre) en una disputa cotidiana.
Poco ha trascendido de la adolescente, quien al parecer, no habría sido protagonista tan directa de tal deleznables hechos.
Ley del menor y centros de menores
Existe una realidad, cuanto menos cuestionable, y es la de que un menor de menos de 14 años es inimputable. A partir de ahí, y hasta los 18 años de edad, habría dos tramos y/o franjas, que implicarían mayor o menor pena de internamiento en diferentes dispositivos (habitualmente centros de menores) en función de la gravedad del delito. Hete aquí una de las primeras pegas de una ley que no deja de escamar.
Pensemos en un menor de perfil delincuencial de quince años que ha hecho robos con violencia, amén de otros delitos; y que con mayor o menor participación de otro menor de un año menos, asfixia (aunque no han trascendido otras posibles acciones) a una educadora social del piso tutelado donde reside; roba su coche en una conducción tan ilegal como temerosa y un sinfín de detalles aberrantes más que, desgraciadamente, ya resultan intrascendentes.
No queda más que preguntarse si estamos haciendo lo correcto respecto a las medidas de seguridad en estos dispositivos.
En cuanto a los centros de menores, son dispositivos empleados para diferentes situaciones de vulnerabilidad de los mismos; incluida la reclusión de aquellos que han cometido delitos.
Respecto al piso tutelado mencionado, llama la atención como se mezcla en el mismo a un perfil claramente delincuencial con otro que experimenta desarraigo y desregulación emocional; siendo claramente influenciable el segundo por el primero.
Concluyendo
Decía Neruda que el niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta. Según Dostoievski, el alma se cura al estar con los niños.
La verdad es que al conocer hechos tan dramáticos como los aquí comentados, parece que estos niños no han tenido una infancia convencional y que, desde luego, el alma adulta no se curaría a su lado; sino que ellos mismos necesitarían un saneamiento que, quizá, no es posible con los medios que se proponen.
Reflexionemos sobre si los recursos, leyes y/o contextos que proponemos son los óptimos para lograr una protección adecuada de los menores y, por supuesto, de sus educadores/cuidadores.
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