Seguro que el término luz de gas (gaslighting) es algo escuchado y/o leído en los últimos tiempos en alguna ocasión. Pero, qué hay detrás de este concepto.
La violencia de pareja y/o el sometimiento de otras personas en el contexto de una relación afectiva se impregnan de los comportamientos típicos de quienes practican la luz de gas.
Conozcamos más acerca de este término.
De qué hablamos
Para los/as amigos/as, el término gaslighting se traduce como luz de gas. Y sí, sé que lo estáis pensando, es el típico concepto creado por los/as profesionales de la psicología para designar algo que está en nuestra cotidianeidad, aportando un nombre complejo para algo tan simple como el mecanismo de un chupete.
El término en cuestión alude a una forma de maltrato en la que quien lo ejercita, hace desplantes, castiga con silencios, menosprecia o anula, tácitamente, a la otra persona; sometiéndola mediante este tipo de “castigos”.
En síntesis, aquellos que hacen luz de gas hacen dudar a su pareja de su razón, juicio y/o pensamientos mediante una prolongada e intensa labor de desacreditación.
No deja de ser una forma de manipulación en la que quien maltrata, exagera ciertos hechos, quita importancia a los agobios y/o ansiedades de la víctima o desvía la atención hacía sí mismo, tergiversando lo que acontece.
Mirando de “reojo”
Permitidme este pequeño juego de palabras… peor hubiera sido el poner “rejoneando” (¡uy!, acabo de ponerlo). Es evidente que nos entendemos… Inevitablemente nos hacemos cargo de la actualidad y/o de posibles acusaciones aún a demostrar.
No entrando en prejuzgar, sí parece oportuno valorar lo que se está cuestionando. En este sentido, ya se ha definido lo que se ha denunciado y/o que se identifica con el gashligting. Y en este punto, he de deciros:
¡Cuidado! Las personas que hacen esta práctica son seductoras, cosifican al sexo opuesto (habitualmente hombres hacia mujeres) y, una vez amortizada la conquista, pasan a otra persona; que el mundo es amplio y está lleno de personas.
Lógicamente, alguien podría pensar que estamos ante un psicópata, esto siendo técnicos; y, si uno es más coloquial, ante un bienqueda, jeta o aprovechao de toda la vida.
Qué hay detrás
Pues cabría aclarar lo siguiente. Quien muestra una imagen extrema, en cualquiera de sus formas; por ejemplo: la persona más buena y humilde…; la más honrada y creíble, etc.; también valen los antagonistas…, suele ser, en el fondo, lo contrario.
Como a nadie se le escapa el que estemos hablando de asuntos políticos y/o situaciones con personas de actualidad, no nos vamos a engañar.
Es obvio que, la imagen social de la persona aludida era la de alguien igualitario, con valores sociales, de una moral inquebrantable y un largo etcétera, allende ideologías políticas, en fin, características que adornan a las buenas personas.
Cuidado… lo bueno puedo ser el preludio de lo peor. Podríamos hablar de una fachada compensatoria, con capacidad para atraer, tendencia a ponerse por encima de los demás, siempre en posesión de la verdad y un más características, que suelen representar a quienes expresan rasgos psicopáticos de la personalidad; eso sí, con capacidad para su integración en la sociedad.
Concluyendo
Partiendo de la presunción de inocencia y, sobre todo, del carácter divulgativo de estos escritos, conviene reseñar que podríamos estar ante un presunto Síndrome de Eróstrato. Vale… lo sé, otro vocablo más.
Esto no deja de ser algo que caracteriza a quienes quieren ser notorios y/o famosos a toda costa; pudiendo llegar a admitir que su conducta es resultado de su “adicción” a la fama o poder (cuidado, que por aquí parecen “ir los tiros”).
También podrían estar presentes los rasgos narcisistas de la personalidad que caracterizan al Síndrome de Hubris y su consiguiente adicción al poder.
Sea como fuere, es claro y meridiano (o eso parece) que las propias dificultades y/o carencias en el ámbito relacional, fueron sobrecompensadas en la intimidad con un presumible comportamiento antagónico al mostrado en público.
Concluyendo, tiraré de psicoanálisis y es que decía Sigmund Freud, en su magnífica Psicopatología de la vida cotidiana, que hemos aprendido a conocer un segundo mecanismo del olvido: la perturbación de un pensamiento por una contradicción interna proveniente de lo reprimido.
Parece que, el tiempo y pesquisas habrán de confirmar que, en el caso que nos ocupa, puede haber habido represión de lo reprimido (valga la redundancia) en lo público, pero no en el ámbito privado.
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