El apego, como concepto, es un término muy “manido” en la psicología evolutiva y/o clínica. Sin embargo, muchas veces no queda claro cuál es el significado de este término y, sobre todo, las repercusiones de generar uno u otro tipo de apego.
Adentrémonos en el concepto y las consecuencias que puede tener, si no es del tipo seguro, en la vida adulta.
Introducción
John Bowlby fue un psicoanalista inglés, conocido, sobre todo, por su interés en el desarrollo infantil y, sus trabajos, a las postre pioneros, sobre la teoría del apego.
Pero qué es el apego. Podríamos decir que todos venimos al mundo con una predisposición innata para establecer uniones con las personas que nos cuidan y/o el/la cuidador/a principal. Al fin y al cabo, como buenos mamíferos, esto es algo necesario para la supervivencia de la especie y el desarrollo del individuo en concreto.
Por cierto, he de confesaros que disfruto de la paternidad de una bebé maravillosa de poco más de un año con la que me siento una especie de Piaget rejuvenecido y, en este sentido, el apego es un constructo no ajeno al desarrollo social y de la personalidad de mi pequeñaja, dado que, entre sus principales funciones -del apego– está, ayudar a desarrollar y consolidar su madurez cerebral, conocer el mundo, influir en la personalidad adulta y la capacidad de regulación emocional, promover la existencia de vínculos cercanos, evitar el miedo al abandono, ayudar a tolerar la frustración, etc.
Tipos de apego
Tirando de la bibliografía existente, habría cuatro tipos de apego, a saber, seguro, inseguro/ansioso, inseguro/evitativo e inseguro/desorganizado. En otras palabras, como las emociones básicas, hay más de lo “malo” que de lo bueno (3 a 1 en este caso).
Recordad que las emociones básicas -según la consulta bibliográfica varían- son: alegría, tristeza, miedo, asco, ira y sorpresa, siendo de valencia positiva solo una, negativa la nada desdeñable cifra de cuatro y una neutra… casi nada (suponemos no hará falta poner nombre y apellidos a los correlatos).
Volviendo al apego, cabría reseñar las siguientes características:
- Seguro: el niño confía en la persona que le cuida, ya que es una persona sensible a lo que le pasa y responderá a lo que necesita. Este apego permite al niño explorar el mundo y comprender la realidad viviéndola sin miedo. El nivel de ansiedad es mínimo y se ajusta bien a los cambios del entorno.
- Ansioso: el niño no sabe si el cuidador está disponible, ya que este último no es constante. Esto derivará en dificultades en el menor para la gestión emocional y momentos de mucha ansiedad ante la separación. Se exploraría el mundo sin relajación, preocupación y sin seguridad. A partir de esto, el/la niño/a tiene una necesidad continua de que le confirmen que es amado/a.
- Evitativo: el menor no genera vínculo con el cuidador, sufriendo pero no llorando ante la separación de sus progenitores. Habría una especie de autosuficiencia compulsiva ante el malestar, lo que derivaría en evitar relaciones de intimidad, imperando el pesimismo, inseguridad y sentimientos de soledad.
- Desorganizado: mezcla de los dos previos, implica no encontrar al cuidador cuando lo necesita e incluso que el menor espere un desprecio o maltrato, lo que obliga a la autosuficiencia. En este caso predomina la destructividad e impulsividad, apareciendo en la etapa adulta problemas graves como drogadicciones, enfermedades mentales, etc.
Buscando el apego seguro
Para qué engañarnos, si hay un apego seguro, las ventajas son increíbles. Así, una relación afectiva positiva de los cuidadores con el menor implicaría una mayor felicidad, mejor desarrollo intelectual y manejo emocional, mayor flexibilidad, positividad y apertura, mejor inteligencia emocional, mayor autonomía, autoestima positiva, etc.
Pero, cómo han de ser los padres, posible génesis de este apego seguro. Lo más importante es que sean sensibles a las necesidades del menor, que estén pendientes de las mismas y las anticipen, que supongan un apoyo en sus dificultades… También es fundamental el aportar límites y normas claros, hacer una escucha activa, aportar calor emocional, alimentar la autoestima del pequeño, ser empáticos, sensibles y estar siempre disponibles.
Concluyendo
Según Buda, el origen del sufrimiento es el apego y, para qué engañarnos, dependiendo del tipo establecido, bien puede ser la génesis de un malestar crónico. También mencionó que el sufrimiento no le sucede al que no tiene apego a nombres y formas. Jolines Buda… cualquiera diría que tuviste un apego inseguro.
Por seguir en el continente asiático, he consultado a Gandhi, quien señaló que uno tiene que estar absolutamente libre de pasión en pensamiento, discurso y acción para elevarse por encima de las corrientes opuestas de amor y odio, apego y repulsión.
No sé qué os parece, pero da la sensación de que la visión del apego transmitida es pesimista. Quizá no ven que, nos guste o no, necesitamos de figuras de apego seguras y que, generar este vínculo, es el mayor factor de protección para una eventual vida futura feliz.
Total, equilibrando el apego y el desapego, es posible que maximicemos las emociones positivas.
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