Por favor, que no salga de aquí… No se lo cuentes a nadie. No sé por qué te lo digo, pero no hables con otras personas. El chisme está entre nosotros y ha venido para quedarse.
Conozcamos más acerca de este fenómeno social.
Cotilleando
Tirando de machismo, el cotilleo es una acción asociada a la feminidad. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, y es que, enterarse de la vida de los demás es algo consustancial al ser humano y/o, en otras palabras, todos somos cotillas por naturaleza. Algún estudio ha llegado a situar en torno a un 65% el tiempo que dedicamos a hablar de nuestra vida o de las personas a las que conocemos. Vamos, que nos gusta más un cotilleo que… “lo del lápiz”.
Lo de cotillear tiene que ver con una de las actitudes humanas por excelencia, y que no es más que nuestra condición de ser seres sociales.
El género y el cotilleo
Si bien, tal y como ha quedado patente, el cotilleo no distingue de géneros (en su ejercicio), sí tiene variaciones vinculadas a que quien lo ejerza o se “nutra” del mismo, sea un varón o una mujer.
sí, un varón hablando de sí mismo, implica un amago de exhibir conocimientos técnicos y objetivos (máxime si es ante mujeres).
En el caso de una mujer, tiende a intentar fortalecer las conexiones sociales o, de otra forma, interesarse más por la naturaleza de las relaciones.
Sea como fuere, ambos sexos dedicamos alrededor de dos tercios de nuestro tiempo conversacional con otros individuos/as a hablar de nosotros mismos o de otras personas.
Cotilleos VIP y causas
Influencers, youtubers, instagramers, mediaseters (esta palabra no sé si existe) y demás habitantes de las redes y/o medios, suelen interesar a un gran porcentaje poblacional. Pero, por qué nos importa su vida… Es necesario saber si no sé quien está embarazada o no sé cuál ha perdido su puesto de trabajo… Pues sí, ¡qué leches!, es fundamental para el desarrollo de la humanidad.
La pregunta es, qué hay detrás de este inusitado interés por la vida de los demás y, máxime, cuando hay un mínimo de fama. Pues, como en casi todo, el cerebro encierra la respuesta. Es algo tan sencillo como que, cuanto más vemos a estas personas, más familiares son para nosotros/as, por lo que tienden a interesarnos más (acabo de ser consciente de que debo dejar de ver a determinados humoristas en las redes).
Relativo a los famosos, está bien saber de ellos. Si les va bien para imitar, y, si les va a mal, a freír espárragos, que diría aquel.
A propósito de cotillear
Algún estudio menciona que cotilleamos unos 52 minutos diarios de promedio (pocos me parecen). A quién no le amarga un dulce en forma de crítica, rumor, comentario capcioso, injuria, calumnia, etc. Nos encanta hablar de quien no está delante y eso no deja de ser un símbolo de poder.
El fin del cotilleo tiene algo de nobleza, a saber, intercambiar información entre personas y, desde un punto de vista filogenético, se vincula a la posibilidad de preocuparnos o curiosear por la vida de los demás; algo que, por otro lado, es lógico en los seres humanos.
Por cierto, cuanto más joven… más cotilla, tras hablar de forma neutra… viene lo más negativo, extraversión lleva a cotilleo y, cualquier chisme es bueno, si nos sirve para conectar socialmente. De hecho, el irse haciendo mayor y tirar de chismes, es un fantástico superglue social.
Chismes
Ser objeto de chismes tiene sus peligros. Cierto es que, si una persona es “correcta”, tendrá un porcentaje mínimo de detractores en sus redes. Relativo a los chismes, no hay que creerlos por escucharlos, ya que su verdad suele estar manipulada. De ahí el no confiar en lo que se escucha.
Y es que, ya lo decía, Oscar Wilde, yo nunca murmuro escandalosamente. Me limito a chismorrear. El chismorreo es siempre encantador. La murmuración escandalosa es un chismorreo que la moralidad hace aburrido. Pero, cómo resistirse al cotilleo, ya que ninguna cosa despierta tanto el bullicio del puelo pueblo como la novedad. Que se lo digan a Quevedo, quien tenía claro este chisme: todos los que parecen estúpidos, lo son y, además, también lo son la mitad de los que no lo parecen.
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